Mal de amores

«No me gusta trabajar con pacientes enamorados. A lo mejor es por envidia – yo también deseo ese encantamiento. A lo mejor es porque el amor y la psicoterapia son fundamentalmente incompatibles. El buen terapeuta lucha

Dice Irvin Yalom en su novela «El verdugo del amor» (la traducción es mía):

«No me gusta trabajar con pacientes enamorados. A lo mejor es por envidia – yo también deseo ese encantamiento. A lo mejor es porque el amor y la psicoterapia son fundamentalmente incompatibles. El buen terapeuta lucha contra la oscuridad y busca la iluminación, mientras que el amor romántico está sostenido por el misterio y se desmorona ante la inspección. Odio ser el verdugo del amor.»

A mí si me gusta trabajar con pacientes enamorados. O desenamorados. Pero es cierto que hay un aspecto obsesivo, loco, en lo que conocemos como «enamoramiento», que frustra y ofusca a quienes intentan acercarse desde una perspectiva «racional» a él.

Helen Fisher, antropóloga americana y una de las investigadoras sobre el amor más importantes de nuestros tiempos, explica en su libro «Por qué amamos» (Why we love) las características del enamoramiento, que según ella es una experiencia universal para los seres humanos, independientemente de la cultura, raza, orientación sexual, etc.

En primer lugar, Fisher explica que el estar enamorado hace que la persona objeto del amor cobre un significado especial. El ser amado se convierte en alguien novedoso, único e importante. Esto lleva normalmente a la exclusividad: según Fisher los humanos somos incapaces de estar enamorados de dos personas a la vez.

Otra de las características del enamoramiento es la focalización de la atención en el ser amado, a expensas de todo lo demás: trabajo, familia, amigos. Los enamorados piensan a cada instante en el ser objeto de su admiración.

También se produce, según Fisher, el engrandecimiento del ser amado. Aunque si nos esforzamos podemos arrancarle al enamorado los aspectos más negativos de su pareja, tienden espontáneamente a fijarse sólo en los aspectos positivos del otro, ignorando flagrantemente la realidad.

Además, el amor romántico produce pensamientos intrusivos sobre el ser amado. Sencillamente, no podemos sacárnoslo de nuestra cabeza. Hagamos lo que hagamos, nuestra mente parece siempre retornar al mismo lugar: el objeto de nuestro amor.

Según Fisher, el amor romántico produce asimismo un inmenso torrente de emociones. Algunas personas se vuelven tremendamente tímidas o patosas cuando están en presencia del ser amado. Otras palidecen o se ruborizan; tiemblan, tartamudean o rompen a sudar. Y otras hasta reportan un sentimiento de «fuego en el corazón».

Estar enamorado produce también un gran efecto energizante, pero también marcados altibajos emocionales, en función de si el amado nos presta o no la atención que tanto deseamos. Relata Fisher que los Tamil del sur de la India tienen un nombre para esta «enfermedad»: mayakkam, que significa intoxicación, mareo, confusión. Los amantes sienten asimismo un deseo muy fuerte de unión emocional, de «fusión» con el otro.

Cuando no sabemos si el objeto de nuestro amor nos corresponde, nos volvemos hipersensibles a las señales que percibimos del ser amado, buscando significados alternativos para gestos o palabras que favorezcan nuestra causa. También cambiamos nuestras prioridades, nuestra forma de vestir o nuestros intereses, para adaptarnos a los gustos del objeto de nuestro afecto.

Fisher relata también que los enamorados se vuelven emocionalmente dependientes el uno del otro, y las separaciones producen una intensa ansiedad. Esto les lleva a tener una enorme empatía el uno por el otro, sintiéndose felices cuando el amado lo es y desgraciados cuando la fortuna no le sonríe.

La adversidad es un «potenciador del amor». Conocido como el efecto «Romeo y Julieta», las dificultades parecen incrementar la determinación para que el amor triunfe por encima de todo. Incluso las discusiones y dificultades temporales pueden resultar estimulantes para la pareja. Las barreras de cualquier tipo parecen intensificar el amor y elevar la pasión.

La esperanza es otro de los rasgos del amor romántico: la confianza en que el amado algún día nos corresponderá, o de que arreglaremos nuestros problemas como pareja, no se pierde hasta que no queda un ápice de posibilidad.

Otro aspecto central del enamoramiento es, por supuesto, el deseo de conexión sexual de forma exclusiva. El enamoramiento es posesivo: el amado desea la fidelidad de su pareja.

Fisher destaca también la naturaleza incontrolable e involuntaria del amor romántico. Los enamorados se sienten muchas veces impotentes ante la realidad de sus sentimientos. Enamorarse no es una elección, es algo que «te ocurre».

Por último, Fisher recuerda el aspecto quizás más desconcertante del amor romántico: es pasajero. Esta locura se estima que dura entre 12 y 18 meses, aunque varia ampliamente en función de las circunstancias particulares (la adversidad o la distancia pueden alargar notablemente este período). Cuando el enamoramiento pasa, se abre, en el mejor de los casos, una nueva etapa en la pareja, que Fisher denomina del apego.

Esta experiencia universal del amor romántico, puede ser fuente de una felicidad inmensa, casi mística, pero también de un dolor incomparable. Dadas las características del amor, tal y como las relata Fisher, por mucho que nos empeñemos en desenamorarnos, no parece ser una opción disponible. El amor te ocurre, te atrapa, y estamos, de alguna manera, indefensos ante su poder.

Cuando el amor duele, creo honestamente que solo hay una forma de protegerse: alejarse del otro. Es la única manera de que ese sentimiento pueda ir disminuyendo progresivamente, de que podamos llenar nuestros pensamientos y anhelos de otras cosas y otras personas. Si seguimos expuestos al ser amado, es muy difícil sanar: nuestra atención seguirá fijada en esa persona y continuaremos albergando esperanzas e interpretando cada pequeño gesto del otro como una posible «señal» de que nos corresponde. No es que seamos tontos o débiles, sencillamente, somos humanos.

En este sentido, las redes sociales juegan un papel especialmente pernicioso. Antes, cuando te separabas de alguien, era relativamente fácil «sacarlo» de tu vida. Pero ahora, con las redes sociales, podemos seguir siendo partícipes de la vida del otro mucho tiempo después de la ruptura, dificultando enormemente darnos ese espacio necesario para poder pasar página.

Así que, si tienes mal de amores, y tienes claro que te gustaría salir de una relación, aléjate física y virtualmente del objeto de tu pasión. No hay otra manera.

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